Es fundamental a la hora de orientar el abordaje de la enfermedad, dado que, aunque existen signos y síntomas comunes a ambas tipologías de linfoma -por ejemplo, la pérdida de peso, fiebre o sudores nocturnos-, el enfoque del tratamiento y de la gestión de los pacientes con distintos tipos de linfoma varía.
A lo largo de los últimos años se ha avanzado mucho en lo que hoy se conoce acerca del linfoma. Y, en este sentido, el desarrollo y el uso de sistemas de clasificación ha proporcionado a médicos e investigadores un marco para entender mejor las diferentes tipologías, lo que en definitiva lleva a mejores resultados para los pacientes.
El linfoma no-Hodgkin , el más común de los dos, es un tipo de cáncer de sangre que se origina en órganos como los ganglios linfáticos y que tiene algunas características comunes entre todos los casos: afecta a los glóbulos blancos (linfocitos) y con el tiempo acaba dañando al sistema inmunitario.
Con más de 90 subtipos, el linfoma no-Hodgkin es un grupo de cánceres complejo que, a su vez, se clasifica en dos categorías en función de su ritmo de crecimiento: linfomas no-Hodgkin agresivos (crecimiento rápido) o linfomas no-Hodgkin indolentes (crecimiento lento).
Del primer grupo, el más común es el linfoma de células B grandes (LDCG). El 30% de casos diagnosticados de linfomas no-Hodgkin son LDCG, un tipo de linfoma que suele darse en personas mayores y que requiere tratamiento inmediato dada su naturaleza agresiva. El primer signo suele ser el crecimiento de los ganglios linfáticos, pero también puede afectar a los órganos fuera del sistema linfático y se caracteriza por varios síntomas como la pérdida de peso inexplicable, fiebre y sudores nocturnos.
El linfoma folicular es el linfoma indolente más común. Aproximadamente 20% de nuevos casos diagnosticados de linfomas no-Hodgkin son linfomas foliculares. Dado su crecimiento lento, muchos de los síntomas suelen aparecer en fases más avanzadas de la enfermedad. Como consecuencia, puede extenderse de forma imperceptible por el cuerpo, y es por eso que ocho de cada diez pacientes se encuentren ya en fases avanzadas de la enfermedad en el momento del diagnóstico.
Los avances científicos en el estudio del linfoma han supuesto un cambio de paradigma en su abordaje que se traduce en una mayor comprensión de los subtipos de linfoma desde un punto de vista molecular y en el desarrollo de terapias dirigidas. Como consecuencia de estos avances, los índices de supervivencia han mejorado significativamente desde finales de los años noventa hasta la actualidad.
Para los pacientes de linfoma folicular el tratamiento se centra en mantener la enfermedad bajo control y asegurar una buena calidad de vida para el paciente. Aunque a menudo el linfoma folicular se considere como una enfermedad incurable, los pacientes que responden bien al tratamiento suelen vivir sin necesidad de más tratamiento durante periodos largos de tiempo.
Si nos centramos en el linfoma difuso de células B grandes (LDCG), el objetivo del tratamiento ha de ser curar al paciente. Aun así, el LDCG puede remitir en aproximadamente 40% de los casos y, llegados a este punto, el tratamiento ha de ir dirigirse a controlar la enfermedad.
La investigación continua y la innovación mejora las opciones de tratamiento para pacientes que padecen este subtipo de linfoma no-Hodgkin . A través de un mayor conocimiento de la enfermedad y de más innovación la vida de los pacientes mejorará. Dada la variedad de subtipos de linfoma no-Hodgkin, una investigación continua y una mayor comprensión de esta compleja enfermedad contribuirán a un abordaje de la enfermedad cada vez más exhaustivo y efectivo.
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