Para Iria el momento más duro de la enfermedad fue el primer mes.
Iria siempre vivió con el temor a desarrollar un cáncer de mama. Su madre lo sufrió con menos de 40 años.
Y ella buscaba excusas para evitar las revisiones médicas hasta que empezó a trabajar en una aseguradora de salud.
En 2013, charlando un día con una compañera que tenía cita con el ginecólogo, decidió superar el miedo y hacerse una mamografía. Tenía 34 años.
Al mismo tiempo que se apoderó de ella la agobiante urgencia por pasar cuanto antes por el quirófano para sacarse de encima el tumor, entraron en su vida dos profesionales del Hospital Gregorio Marañón, el ginecólogo Luis Ortiz y el oncólogo Miguel Martín. Ambos le aportaron la tranquilidad y la confianza de saber que estaba tomando las decisiones correctas.
En la sucesión infinita de visitas al hospital, Iria se dio cuenta de que necesitaba anotar todo lo relacionado con su enfermedad.
Aún no había asimilado toda la información cuando le llegó la oportunidad de entrar en un ensayo clínico con una terapia experimental.
Para Iria el momento más duro fue el primer mes.
Durante el tratamiento Iria encontró un apoyo fundamental en su madre, que se desplazaba a Madrid para acompañarla a recibir los ciclos. De los compañeros recibió la comprensión que también necesitaba.
El baile en casa y una máquina de costura fueron otros cobijos en los que encontró protección eficaz durante la tormenta.
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