Cáncer de mama: la historia de Belén

Belén

Me ponía las gafas de sol y paseaba por ahí como una diva de incógnito

Belén pasó de visitar la consulta hospitalaria de especialistas en cáncer de mama como empleada de Roche a hacerlo como paciente.

Aquel verano de 2007, Belén aprovechó su amistad con oncólogos para resolver sus dudas y tomar las decisiones adecuadas.

A diferencia de la mayoría de recién diagnosticadas, conocía datos de incidencia, sabía el pronóstico de los distintos subtipos tumorales y disponía de información sobre las opciones de tratamiento disponibles.

Tras las vacaciones, el curso empezó con quimioterapia hasta diciembre. El siguiente paso fue la terapia hormonal durante cinco años.

Pasado el tiempo, Belén reconoce que para ella nunca fue una prioridad la cuestión estética tras la mastectomía y recuerda su obsesión por cumplir todos los ciclos prescritos de quimioterapia y por “curarse, curarse, curarse”.

No quería perderme ningún ciclo y así cuando venía alguien a verme yo les preguntaba ¿no tendrás catarro? Porque no entras por la puerta. Mi objetivo era siguiente ciclo, siguiente ciclo, siguiente ciclo.

Su hijo, al que siempre tuvo informado al detalle y con la mayor naturalidad, fue su principal refugio y su máxima preocupación.

Antes de entrar en quirófano, convoqué a mi madre, a mi hermano, a mi ex, y les comuniqué mis intenciones: si no salgo de ésta, de mi hijo se hará cargo Begoña, la persona que le ha criado.

Otro cobijo importante fue la posibilidad de reincorporarse al trabajo.

De hecho, encendía diariamente el ordenador. También activaba la mente realizando tareas ajenas a la enfermedad como la lectura y los sudokus.

Pese a no haber dejado de experimentar todos los posibles efectos secundarios, hoy acude a las revisiones tranquila y confiada, con esa actitud optimista con que afronta todo.

Belén decidió no ponerse la peluca que le regaló su madre y dar uso a todos esos pañuelos maravillosos que puedes combinar con la ropa y a los que sumé una estupenda colección de sombreros.

Cuando me quedaba sin cejas ni pestañas, me ponía las gafas de sol y paseaba por ahí como una diva de incógnito.

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